Marta Rodríguez es consagrada a Regnum Christi y doctora en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma. Los periodistas Ignasi Miranda y Carme Munté la han entrevistado en la revista Catalunya Cristiana. Ella explica que su trabajo con seminaristas consiste en “la formación del corazón”.
Te ofrecemos a continuación la entrevista completa.
¿Cómo surge su servicio de formadora de los seminaristas?
Consiste en ayudar como hermana en la formación de mis hermanos, sobre todo en la formación del corazón.
Estudié Filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y, de manera muy espontánea, los compañeros empezaron a tener confianza conmigo. Al inicio los rectores y formadores lo miraban con un poco de sospecha y extrañeza. Después de un tiempo me perdieron el miedo y vieron que quizá podía aportar algo como mujer. Entonces me empezaron a invitar para dar algunas conferencias y cursos, y la verdad es que se ha convertido en una vocación dentro de la vocación. Actualmente soy colaboradora de un equipo de formadores en un Seminario de Roma. También he colaborado con la formación del Patriarcado de Venecia, he predicado ejercicios a los seminaristas, un retiro de Cuaresma a los sacerdotes y he colaborado en la formación de los sacerdotes diocesanos de Monterrey, Medellín y Civitavechia.
¿Cuál es tu aportación propia, como filósofa y mujer, en la formación de los seminaristas?
Simplemente, por el hecho ser mujer aporto una perspectiva distinta. Hombres y mujeres solos somos incompletos; nos necesitamos recíprocamente. Y precisamente hay algunos aspectos de la propia identidad que solo florecen en el encuentro con otro. Me he dado cuenta de que mi presencia es fundamental en los seminaristas para sanar algunas heridas en su relación con la mujer. Pueden tener heridas por madres muy absorbentes o ausentes; por experiencias afectivas y sexuales no digeridas antes de entrar en el Seminario. El que una mujer les acompañe a sanar, purificar ordenar todas esas relaciones quita muchos miedos y bloqueos. Y es fundamental que sea una mujer quien lo haga.
¿Cómo valoras los pasos queda el papa Francisco para reforzar el papel de la mujer en la Iglesia?
Fundamentalmente, lo que quiere el papa Francisco es aplicar el Concilio Vaticano II. Hay como tres grandes líneas cuando habla de la mujer: la necesidad de poner fin a todo tipo de discriminación e injusticia; la insistencia en abrir espacios de decisión a las mujeres, promoviendo una ministerialidad más difusa en la Iglesia, que no es quitar nada a la sacralidad del ministerio ordenado, pero sí es entender que todos los bautizados tenemos derechos y deberes; y en tercer lugar, la importancia de desarrollar una teología de la mujer. En este sentido, dice que tenemos que pensar la Iglesia con categorías femeninas, porque quizá la Iglesia ha sido más pensada por hombres y tenemos que descubrir su rostro femenino. Eso puede desarrollar toda una serie de potencialidades y matices que están ahí y que pueden florecer.
¿En qué debe mejorar la Iglesia para que la mujer sea más reconocida?¿Es viable el acceso, por ejemplo, al diaconado?
El diaconado, que tienen que estudiar los expertos, es uno de los ministerios, pero no es la única respuesta. Hay muchos otras. El Papa ha abierto el tema del acolitado y ha reconocido la catequesis como un ministerio. O sea, hay muchos ministerios que se pueden desplegar para luchar contra el clericalismo, un cáncer de la Iglesia, tal y como ha dicho Francisco.
Como consagrada y filósofa, ¿cómo entiendes el sentido de esta opción de vida en convivencia con la sexualidad humana, siempre presente?
En un mundo en el que están tan golpeadas la masculinidad y la feminidad, en el que hay una crisis de la paternidad, los consagrados tenemos también una misión profética de recordar al mundo qué significa ser hombre y ser mujer. Pero no lo hacemos, porque en la Iglesia nos han faltado modelos pedagógicos que nos ayuden a integrar de manera positiva la dimensión sexual en la vocación. Es un camino que estamos empezando a explorar, pero que es sumamente prometedor, porque, si yo no me siento plenamente mujer, el día que un hombre me haga sentir mujer, me voy a encontrar en una situación un poco incómoda. Eso es lo que a veces pasa, que podemos vivir virginidades y celibatos que son castrados, incompletos, no plenos, y eso hace que, seamos muy poco creíbles ante el mundo. Lo que estoy tratando de explorar es un enfoque, algunas pistas pedagógicas para que todos los recursos que Dios nos ha dado a hombres y mujeres, en nuestro cuerpo, psique y espíritu, sean integrados en la identidad célibe y que no queden como incompletos, reprimidos, no expresados.
Este artículo fue publicado originalmente por Regnum Christi España.