Categories: Noticias

La Alianza en la Biblia | Anne-Marie Terrenoir

Anne-Marie Terrenoir nació en Francia y es consagrada del Regnum Christi desde 2006. Después de su formación en España, trabajó en el ECYD de Madrid y en uno de nuestros colegios. Actualmente estudia Teología en el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén.

Con ocasión del 50 aniversario del ECYD, ha escrito algunas reflexiones sobre el tema de la Alianza en la Biblia. Su articulo ha sido publicado en Francés en Christophoros, y traducido al Español.

La Alianza en la Biblia

La alianza en la Biblia consiste en una relación entre Dios y el hombre1. Relación deseada y establecida desde el inicio, desde la creación del hombre, desde el proyecto de Dios de crear al hombre, porque el Creador ha pensado al hombre como un socio en diálogo con él, asociado en la máxima medida: en comunión con el Dios Trinidad.

Empecemos por explicar en qué consiste una alianza.

La alianza en el Antiguo Testamento2

Desde siempre Dios ha elegido a Israel, y esta elección se muestra en la alianza que establece con él. En el antiguo Oriente, encontramos tres formas de alianza, berit en hebreo:

a) Autodeterminación en la que el sujeto de la berit asume voluntariamente un compromiso (cf. 1 S 18,3);

b) Exigencia de parte del autor de la berit, el cual impone obligaciones al destinatario (cf. 2 R 11, 4s ; Ez 17, 13s) ;

c) Compromiso recíproco, resultado de un consenso mutuo (cf. 1 R 5,26 ; 1 R 15,19).

Así, desde un punto de vista profano, berit oscila entre la obligación (2ª forma) y el amor-amistad (1ª y 3ª formas). También en el Antiguo Testamento encontramos:

a) «Berit como autocompromiso […] en las alianzas patriarcales presinaíticas. En la alianza con Noé (Gn 9,8-17) Dios se impone la obligación de “no aniquilar nunca más toda carne por las aguas del diluvio”. Por el pacto con Abraham Dios se compromete a darle tierra y descendencia (Gn 15,4-5.7.18; 17,2.4.7-8). La alianza de Yahvé con David es del mismo género; se trata de un “juramento” divino, una promesa de “amor por siempre” (Sal 89, 4.29) que consolida la firmeza de la casa real (2 S 23,5). En esta forma, berit equivale prácticamente al concepto de promesa —término inexistente en hebreo— y se mueve, por tanto, en el campo semántico amistad-amor, como generador del autocompromiso divino.»3

b) El ejemplo típico de la segunda forma de berit es la alianza del Sinaí (cf. Ex 19ss), que se refiere más bien al contenido de la obligación: el Decálogo. Encontramos otro ejemplo con el precepto de la circuncisión (Gn 17,10). La imposición de una obligación, aceptada por el pueblo, encuentra su fundamento teológico en el hecho de que Dios ha hecho de él su pueblo al liberarlo de la esclavitud de Egipto («vosotros seréis mi pueblo»). Él es su Señor, su rey, su autoridad. De hecho, durante mucho tiempo, Israel rechazó la monarquía que le parecía una ofensa a la soberanía de Dios, creador y salvador de su pueblo. La imposición de la berit está más que compensada por el hecho de que Dios se obligó a sí mismo mucho antes. Antes de la alianza sinaítica, Dios se comprometió con el pueblo a través de las promesas hechas a los patriarcas y a través de la liberación de la opresión egipciana. Por lo tanto, estamos lejos de una obligación unilateral en función de una relación de poder impuesta al destinatario de la alianza, como en la segunda forma de berit, sin que sea precedido de un pacto gratuito. Podemos entender la berit en la Biblia según la segunda forma en la medida en la que está impregnada del sentido teológico, él que se refiere al amor o a la amistad, que es el fundamento y la justificación de la obligación. Es según esta perspectiva que los Israelitas han entendido y vivido la ley mosaica «no sólo —ni principalmente— como un código jurídico-social […], sino como el horizonte ético-religioso de la relación Dios-hombre, fuente de paz, vida, gozo y consuelo para el justo»4 (cf. Ps 119).

c) Las dos primeras formas de berit permiten entender la tercera, la del compromiso mutuo. Si no, ¿cómo hablar de un pacto bilateral teniendo tal desnivel entre las dos partes: los hombres por un lado y la divinidad por otro lado? De hecho, ésta podría ser la razón por la cual no se encuentran este tipo de alianza en los pueblos del antiguo Oriente. Pero, para Israel, este pacto existe gracias a la misericordia de Yahvé que se abaja y eleva a Israel escogiéndolo. Esta tercera forma teológica de la berit (c) es entonces la consecuencia de la primera (a) e ilumina la segunda (b). Ya que no es para que Dios obtenga un beneficio personal, sino para que el pueblo sea a la altura de Dios, para que esta berit recíproca sea posible, aún si en este caso es siempre Dios quien tiene la iniciativa y el único capaz de indicar las obligaciones mutuas. Nunca es el pueblo quien dicta las normas a Dios. Quedará siempre un desnivel, nunca será un contrato bilateral simétrico.

Esta última forma (c) es una característica de la literatura profética. Algunos la muestran con una simbología nupcial (Osea, Ezequiel 16), donde la alianza es como un «vínculo matrimonial, es decir, como compromiso mutuo de autoentrega libre y amorosa, compromiso tan firme que la infidelidad de la esposa no lo quebrará; el amor perseverante del esposo logrará finalmente la recuperación de la infiel y conducirá a una berit permanente»5, y la traición de la alianza, comparada a la infidelidad y a la prostitución, es aún más dolorosa porque estamos «en la esfera de la relación interpersonal, amical, nupcial»6. Con el profeta Jeremías, la berit se vuelve más interior: escrita «en sus corazones» (Jer 31,33), «en su interior» (Jer 31,33). Es «una alianza nueva» (Jer 31,31), en la cual el principio motor, el Espíritu del Señor, vive en el hombre, y le permite vivir, dándole vida.

«La idea de alianza, pues, ha sido la clave hermenéutica con la que Israel descifró la identidad de Dios: quién y cómo sea Yahvé es algo que su pueblo ha percibido a partir de la experiencia y el concepto de alianza»7, es decir, basándose en el conocimiento, en un vínculo afectivo, en una elección consciente y gratuita que lo distingue de los demás ya que crea una relación particular.

La nueva alianza en Jesucristo

La alianza concluida con Dios confiere al pueblo de Israel una condición privilegiada, una posición que implica una misión al servicio de los demás pueblos. Pero no significa que los demás estén excluidos, que sólo Israel pueda estar en la alianza con Dios. De hecho, la alianza y la misión inherente no son un premio por los méritos sino un don gratuito y el aprendizaje de la fidelidad de Dios hacia el hombre, de Dios que quiere entrar en el corazón pequeño y estrecho del hombre. El hecho de que Dios haya escogido a Israel muestra a la vez una revelación y una vocación universal. «La elección de Israel no es exclusiva sino inclusiva. Éste es el elegido para que todos seamos elegidos.»8 Este horizonte universal requiere la intervención de Dios, lo cual adviene en Jesucristo. Por su vida, su Encarnación, su Pascua (Pasión, muerte y resurrección), la vocación universal a la salvación llega a su cumplimiento para el pueblo “elegido” y para las naciones paganas. Cristo es el nuevo Adán, la semilla de Abrahán, el nuevo Moisés, el hijo de David, el Esposo: en Él se cumplen todas las promesas de Dios. Todo apunta a Cristo y Él es el cumplimiento.

El Catecismo de la Iglesia católica dice así: «En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco […]. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo […], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu.»9

La nueva alianza es Jesús que se ofrece Él mismo por todos los hombres, como lo oímos en la Última Cena: «sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados»10, anticipación de la libre ofrenda de sí mismo que irá hasta la muerte, y una muerte de cruz, «que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres […] y […] que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él»11.

Sólo Él podía establecer esta alianza nueva y eterna. Porque la ley no salva, sino sólo el Amor de Cristo. Esta es la nueva ley que encuentra su fundamento en la paternidad de Dios, paternidad que es una perfecta comunicación de vida. Porque Dios es autor de la vida y del amor, es Padre eterno y perfecto, que se da totalmente. La ruptura de la alianza, el pecado, se entiende entonces como rechazo de la filiación, rechazo de ser y de vivir como hijo del Padre. Cristo es hijo, es el Hijo, el primogénito de entre los hermanos, y el primogénito de toda la creación12. La alianza consiste hoy entonces en participar de la filiación de Cristo, a ser hijos en el Hijo, filiación que ya nos ha sido dada, filiación que nos hace libres. Y el lugar de esta alianza es el corazón. Ahí es donde se juega la relación del hombre con Dios. Y finalmente, así como la alianza en el Antiguo Testamento implicaba una misión, así, según la nueva y eterna alianza, el Resucitado envía a la Iglesia a anunciar el Evangelio para la conversión.

Referencias bibliográficas

  • 1 “hombre” en el sentido de ser humano en todo este artículo.
  • 2 Esta parte es un resumen de la explicación de Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, Antropología teología especial, Sal Terrae, 1991, 213-219.
  • 3 Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, Antropología teología especial, Sal Terrae, 1991, 214.
  • 4 Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, 216.
  • 5 Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, 217.
  • 6 Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, 219.
  • 7 Juan L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, 219.
  • 8 W.L. MORAN, The present revelation, Mc Graw-Hill, NewYork 1972, 248, citado en G. RAVASI, Missione ed universalismo nell’Antico Testamento, 46. Traducido por A.M. Terrenoir.
  • 9 Catecismo de la Iglesia católica (CCE) 781, citando la Constitución dogmática Lumen Gentium 9.
  • 10 Plegaria eucarística en el Misal Romano, cf. Lc 22,20.
  • 11 CCE 613.
  • 12 “primogénito” en el sentido de generación, no de creación.