Estaba acurrucada junto a las brasas de un fuego, enfriándome lentamente bajo una lluvia suave, cuando redescubrí el Adviento.
Mi comunidad “inauguró” el nuevo Año Litúrgico con una fogata en una noche lluviosa. ¿Alguna vez te han deseado un feliz “año nuevo litúrgico”? Me fascina que, como cristianos católicos, en medio de los ciclos ordinarios del mundo, tenemos un ritmo totalmente diferente que es nuestra vida litúrgica. Un ritmo más profundo que el ritmo del mundo, paralelo y complementario, que establece de manera silenciosa y oculta el verdadero ritmo de la vida. Si la liturgia es la Vida de Cristo, latiendo y palpitando en el corazón de la Iglesia, entonces este calendario es el ritmo más auténtico que podemos seguir. Un calendario espiritual y sacramental lleno de celebraciones y memorias.
El Adviento siempre ha estado marcado para mí por dos experiencias: la intensidad y la delicadeza en los detalles. Por un lado, la prisa de proyectos escolares o exámenes universitarios y la fatigante búsqueda de regalos de tienda en tienda; por otro lado, el esmero en preparar los detalles externos tradicionales de esta época navideña con los seres queridos. Sin embargo, durante mi tiempo en el Candidatado hace unos años, descubrí un Adviento completamente diferente. Un Adviento más crudo y humano de lo que había experimentado antes. En nuestras familias, los primeros misterios que aprendemos a contemplar son la ternura de la Madre y el Niño, la alegría intensa de tener a Dios con nosotros, la riqueza de recibir un regalo: la divinidad bendiciendo a la humanidad, el calor de hogar al reunirnos alrededor de un tesoro precioso en un pesebre. Pienso en la alegría de los niños en estas semanas, la calidez del ambiente en la familia. Sin embargo, más recientemente he descubierto otros misterios de esta gran Historia que se entremezclan entre la calidez y el cumplimiento de las promesas; como un cuadro en el que se incorporan nuevas sombras. Misterios de la gran pobreza de Dios, de peregrinos pobres fatigados en medio del frío y la austeridad del establo; el dolor y anhelo que por siglos ha clamado con deseo: ¡Ven, Emmanuel! ¡Ven, sé un Dios con nosotros!
Para mí, todo esto se reflejaba en el mirar cómo el fuego se desvanecía. Las llamas se estaban apagando y una ligera lluvia había comenzado a caer, pero permanecí junto al fuego un poco más, mientras la comunidad se retiraba a descansar. El aire frío y el rico aroma a humo de madera me recordaron mi casa. Sentí una emoción interna de algo nuevo que comenzaba. A veces, si nos detenemos suficientemente delante de un momento, la normalidad desaparece; todo sentido del tiempo retrocede y nos encontramos divagando en un asombro existencial. Era tarde y la noche estaba oscura, pero las brasas aún brillaban intensamente, como ese deseo de un Salvador resplandece en el corazón de un mundo solitario. Permanecemos vigilantes porque tenemos una necesidad profunda. La lluvia comenzaba a empapar mis zapatos y el frío penetraba mi ropa, pero me acurruqué junto al calor del fuego, llena de una alegría misteriosa. Tenemos una esperanza llena de certeza de que nuestro Dios está por llegar al lugar exacto de nuestras necesidades más profundas y a nuestra tremenda debilidad. Aquel a quien necesito y deseo está por llegar. Sentir el frío, tiritar bajo la lluvia, necesitar el calor del fuego, esperar algo increíble, todo esto me permitió sentir que realmente estaba en vigilia.
Este tiempo de Adviento es un hermoso momento para acercarnos a nuestras necesidades más profundas y al sentido de nuestra pobreza personal. ¿Por qué? Porque es algo seguro. Es seguro hacerlo porque la respuesta a nuestra necesidad y a nuestra pobreza están a la vuelta de la esquina. Quizás en otros momentos de nuestra vida apenas podemos soportar la vulnerabilidad interna de descubrir en dónde estamos más necesitados. Pero esta es precisamente la temporada en que María y José, se adentran en la completa pobreza e insuficiencia del establo en Belén para que Dios pueda nacer en el hogar que ha elegido: la carencia e insuficiencia del corazón humano. Este es el empobrecimiento de nuestro Dios. ¡Qué necesario es permitirnos salir al frío o detenernos en medio de un largo viaje a casa y estar presentes ante esa familia peregrina y pobre! Al hacerlo, también hacemos presente nuestro propio deseo, nuestro peregrino interior lleno de esperanza, y nuestro pobre corazón, como ese establo insuficiente.
Estar en vigilia es estar despierto, despierto a la oscuridad que nos rodea y al deseo interior, despierto a mi propia necesidad y despierto a Aquel a quien necesito hasta que venga. En estas últimas semanas de Adviento, creo que mi corazón ha permanecido junto a ese fuego, como un peregrino en el frío, en vigilia, con un corazón alegre. A pesar del frío y del tiritar, a pesar de la oscuridad y la lluvia, nos calienta nuestro deseo y nos mantiene despiertos con nuestra esperanza segura, cierta.
Escrito por Olivia Steeves, consagrada del Regnum Christi.