- Es bueno distinguir entre sexo y género, pues no todo viene de manera natural. Se pueden diferenciar, pero no separar. El problema no es la distinción, sino la separación.
- El Papa Francisco condena fuertemente la ideología de género en lo que se refiere a ignorar la identidad sexual y su significado.
- No es lo mismo la ideología que la perspectiva, que es tener en cuenta la influencia cultural de lo que significa ser varón o mujer.
Marta Rodríguez ilumina en esta entrevista de Alfa y Omega algunos aspectos controvertidos y desconocidos sobre las ideologías de género, la perspectiva de género, su origen o el camino de que debe recorrer la Iglesia con ellas. Además recuerda que “Juan Pablo II defendía que a la persona la determinan sus actos, no independientes de la naturaleza; pero la persona es la que elige”, por este motivo señala la consagrada del Regnum Christi, “estas ideologías nos están forzando a una reflexión”.
Se habla de ideología, de teorías y de perspectiva de género. ¿Son lo mismo? ¿Cómo se definen?
No se puede hablar solo de una ideología de género, sino de ideologías o teorías de género. El término se introdujo en los años 60 para distinguir entre el sexo y la identidad que la persona elabora. Las feministas lo tomaron después para explicar que el ser hombre y mujer tenía mucho que ver con la construcción social. El problema fue que no se estableció una definición de género y se construyeron teorías en función de la relación entre sexo y género. Una cosa es la biología y otra la interpretación que las sociedades hacen de esa diferencia. Unas dirán que son independientes, otras que lo más importante es el género o que son categorías que cambian. Por tanto, no hay una teoría de género y no hacemos ningún favor como Iglesia en meter a todas en el mismo cajón. Hay que distinguirlas, pues hay que afrontarlas de forma diferente.
¿Cuál ha sido la postura de la Iglesia?
Surge a partir de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995 en Pekín. En esa conferencia se introduce de forma transversal. Se habla de perspectiva de género a todos los niveles sin una definición concreta. La Santa Sede y otros países advirtieron sobre la necesidad de darle una definición, pero se acuerda que no es necesario. La primera reacción de la Iglesia es defensiva y de preocupación. Esto cambia a partir de 2010, cuando se extiende la idea de que el problema no es el término género, sino cómo se relaciona con el sexo. Es bueno distinguir entre sexo y género, pues no todo viene de manera natural. Se pueden diferenciar, pero no separar. El problema no es la distinción, sino la separación. Esto es lo que se está imponiendo y queda recogido en Amoris laetitia, donde el Papa Francisco condena fuertemente la ideología de género en lo que se refiere a ignorar la identidad sexual y su significado. Creo que la tendencia en la Iglesia va hacia no querer exorcizar todo lo que tenga en término género.
Una cosa es la biología y otra la interpretación que las sociedades hacen de esa diferencia.
¿Por qué esta cuestión genera rechazo?
Por la confusión y la mezcla de niveles en el debate. Es un diálogo que está muy minado porque toca sensibilidades distintas. Si entendemos el género como la interpretación cultural del sexo, del que no está separado pero hay que distinguir, es perfectamente admisible. Hay un comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina que dice que hay que distinguir sexo, ideología de género y perspectiva de género. No es lo mismo la ideología que la perspectiva, que es tener en cuenta la influencia cultural de lo que significa ser varón o mujer.
Esto es importante, ¿no?
Hace unos años, mientras daba una conferencia sobre los peligros de las ideologías de género, una monja africana me interrumpió: «Para nosotras distinguir entre sexo y género es lo que nos permite diferenciar entre ser mujer y la interpretación cultural que se hace de ello, porque mi obispo me ha preguntado que por qué quiero estudiar si las mujeres están hechas para estar en la sacristía o en la cocina». Esta mujer me puso en crisis.
Estas ideologías nos están forzando a una reflexión.
Obviar o rechazar la perspectiva de género sería, entonces, una pobreza.
Exacto. Lo que pasa es que hay miedo, porque luego se ven algunas leyes y propuestas educativas. Hoy hay ideologías progénero, pero también antigénero. Toda ideología reduce la complejidad de lo real. A veces, para combatir ciertas propuestas utilizamos un enfoque que es igualmente reductivo. Ese no es el camino.
¿Ha acogido la sociedad estas teorías de forma acrítica?
Había hueco para ello. La antropología y la teología no se preocuparon de la diferencia sexual hasta el siglo XX. Había un vacío de reflexión sobre lo que significa ser hombre y mujer. Luego, el feminismo planteó muchas preguntas para las que no había respuestas. Ante este desafío, es necesario hacer un esfuerzo de creación de pensamiento. No se trata de volver a lo de ayer, sino de ir hacia lo de mañana, aprendiendo que las preguntas que nos han planteado eran importantes. Tengo un amigo obispo que dice que las ideologías surgen a partir de las injusticias. Creo que la cuestión del género y su versión ideológica han tenido tanto hueco porque había algo que no funcionaba. El patriarcado no es un invento, la relación entre el hombre y la mujer no estaba bien. Hay mucho que recolocar. Si no acogemos esto, no podremos avanzar.
¿Se puede dialogar con dichas teorías?
Hay un camino educativo y pastoral que no hemos emprendido de la manera adecuada, porque se hace a partir de categorías reductivas y se enseña a los jóvenes que el género es el fin del mundo. Luego está el ámbito filosófico y académico. No me gusta que nos refiramos desde el mundo católico a las teorías de género como si las hubiésemos comprendido y leído. Son muy criticables, pero hay que comprenderlas, dialogar con ellas y tomar lo que es válido. Cuando trabajaba en el Vaticano, leía comunicados de conferencias episcopales que no estaban escritos con un lenguaje adecuado. Ante una ley no se puede recordar solo el Génesis. Hay que hablar de la doctrina social de la Iglesia, del derecho de los padres a educar a sus hijos, de las libertades de expresión, de cátedra…
Estas teorías tienen que provocar en nosotros una conversión de la mirada, diálogo y una acogida evangélica, que conjugue verdad y caridad.
¿Tienen algo bueno estas ideologías?
Creo que han comprendido que toda experiencia es mediada culturalmente. No solo somos biología. Luego está el tema de la autodeterminación, que nos da pavor por ciertas leyes, pero que tiene un fondo antropológico que no hay que desdeñar del todo. Juan Pablo II defendía que a la persona la determinan sus actos, no independientes de la naturaleza; pero la persona es la que elige. Estas ideologías nos están forzando a una reflexión.
¿Cómo debemos responder?
Estas teorías tienen que provocar en nosotros una conversión de la mirada, diálogo y una acogida evangélica, que conjugue verdad y caridad. Y hay que acompañar, que es lo que hacía Jesús.
Usted habla de estos temas a sacerdotes, jóvenes y familias. ¿Qué le dicen?
Con los sacerdotes se genera un clima bastante abierto, pues mi enfoque es más filosófico y no encuentro resistencias. Tampoco las hay en los jóvenes. Con las familias muy católicas que tienen una visión muy clara sobre este tema me cuesta más. Me ha ido mejor con alejados que con algunos muy de dentro.